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Echobelly siempre fue algo más que una “banda britpop”. Surgieron en Londres a principios de los 90, en un momento en que el indie inglés estaba a punto de convertirse en fenómeno cultural, pero ellos tenían un filo distinto: letras afiladas, actitud de outsider y un carisma muy poco común en la figura de su cantante, Sonya Madan.
La historia arranca cuando Madan, nacida en la India y criada en Inglaterra, conoce al guitarrista Glenn Johansson, sueco de origen y con un amor casi maniático por las guitarras cristalinas. Juntos comienzan a dar forma a unas canciones que mezclaban la sensibilidad pop de The Smiths, la inmediatez punk de Buzzcocks y un lirismo propio que hablaba de identidad, sexo, poder y alienación sin perder pegada melódica. La primera alineación se completó con Alex Keyser al bajo y Andy Henderson a la batería, aunque los cambios de miembros fueron una constante a lo largo de su carrera.
Echobelly irrumpió en 1994 con “Everyone’s Got One”, un debut que capturaba la tensión de la época: canciones como “Insomniac” o “I Can’t Imagine the World Without Me” destilaban furia juvenil, pero con un magnetismo pop que los llevó a ser abrazados tanto por la prensa musical como por una generación que buscaba himnos más allá de Oasis y Blur. Lo curioso es que, pese a encajar en el marco del britpop, ellos nunca fueron exactamente eso: la presencia de una frontwoman de ascendencia india en una escena dominada por voces masculinas blancas ya los hacía singulares, y sus letras hablaban de experiencias que rara vez aparecían en los discos de sus contemporáneos.
El grupo creció en popularidad con “On” (1995), donde la producción más pulida y los singles “Great Things” o “King of the Kerb” los llevaron a sonar en todas partes. Durante un par de años fueron parte del corazón del movimiento, compartiendo giras con bandas como Elastica o Sleeper, pero con una personalidad propia. El éxito también trajo turbulencias: presiones de la industria, cambios internos y una escena que empezaba a saturarse.
Su tercer disco, “Lustra” (1997), mostró una banda madura, con menos urgencia punk y más inclinación hacia el pop elegante, aunque con menos repercusión comercial. Tras altibajos, idas y venidas de miembros, y un parón en los 2000, Madan y Johansson mantuvieron viva la esencia del grupo, reapareciendo en distintas etapas con discos más pequeños y una base de fans fiel.
Lo más valioso de Echobelly es cómo lograron abrir una grieta en la uniformidad del britpop: eran inteligentes, directos y diferentes. Su importancia radica no solo en sus canciones memorables, sino en haber demostrado que la voz femenina y las experiencias diversas podían ser el centro de un movimiento que a menudo parecía demasiado homogéneo.
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