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Royal Republic son el tipo de banda que demuestra que el rock puede ser feroz y divertido al mismo tiempo, que la energía no está reñida con la elegancia y que la ironía, si se maneja bien, puede ser tan poderosa como un solo de guitarra.
Nacidos en Malmö (Suecia) en 2007, el grupo está formado por Adam Grahn (voz y guitarra), Hannes Irengård (guitarra), Jonas Almén (bajo) y Per Andreasson (batería).
Desde el primer día tuvieron claro su objetivo: hacer rock con actitud, precisión y groove, pero sin caer en la solemnidad. Si el rock sueco de los 2000 parecía debatirse entre la melancolía y la épica, Royal Republic irrumpieron con un grito de desparpajo y una sonrisa torcida.
Su sonido es un híbrido adrenalínico: riffs afilados, coros instantáneos y una producción que suena como si Elvis Presley hubiera crecido escuchando a The Hives y Queens of the Stone Age. Adam Grahn, líder carismático y frontman con alma de showman clásico, combina teatralidad y sarcasmo, recordando que el rock también nació para entretener, no solo para sufrir. Esa mezcla de precisión técnica y humor absurdo los convirtió en una rareza dentro del panorama europeo: una banda que no tiene miedo de sonar perfecta y ridícula al mismo tiempo.
El debut, We Are the Royal (2010), los catapultó al mapa del rock alternativo europeo. Fue un disco hecho a base de puro músculo: doce canciones rápidas, pegajosas y tocadas con una confianza insultante.
Su primer sencillo, “Tommy-Gun”, se convirtió en un himno de festival. La crítica los describió como una colisión entre el punk, el pop y el hard rock, pero con una producción tan limpia que parecía un desafío al caos.
Con Save the Nation (2012), ampliaron el horizonte: más grande, más veloz, más nítido. Si el debut era pura arrogancia juvenil, el segundo álbum sonaba como una declaración de principios. El título lo dice todo: una parodia del mesianismo del rock, pero ejecutada con tanto estilo que casi lo logran.
En Weekend Man (2016, Capitol Records), encontraron el equilibrio perfecto entre su rabia eléctrica y su teatralidad. Grahn se consolida como un frontman de pura energía, mitad crooner, mitad agitador punk. Club Majesty (2019) marcó una nueva mutación: el disco más funky, bailable y descaradamente ochentero de su carrera. Fue un salto estilístico tan grande que dividió a su público… y aun así, los consolidó como una de las bandas más versátiles del rock moderno.
Royal Republic son el ejemplo de que la seriedad no es un requisito para la autenticidad. Bajo la superficie de sus bromas y coreografías hay una maquinaria milimétrica, una precisión que roza lo militar. Cada riff, cada pausa, cada gesto en el escenario está calculado para desatar euforia.
En directo, son una fuerza de la naturaleza: sincronía absoluta, humor absurdo y una energía contagiosa. No se toman demasiado en serio, pero tocan como si el futuro del rock dependiera de ello. En una época de autocomplacencia digital, Royal Republic mantienen viva la idea de que el rock también puede ser espectáculo, velocidad y carcajada.
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