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Stereophonics son uno de esos grupos que, más que formarse, parecieron crecer como una planta testaruda en un rincón inesperado. La historia arranca en Cwmaman, un pequeño pueblo minero en Gales del Sur, donde tres chavales vecinos se juntaban más por instinto que por ambición: Kelly Jones (voz y guitarra), Richard Jones (bajo, sin parentesco con Kelly) y Stuart Cable (batería). En ese microcosmos gris, donde el fútbol y la cerveza eran la banda sonora obligatoria, ellos empezaron a tocar versiones en el garaje y a pulir canciones propias que ya llevaban la impronta de Kelly: historias de gente corriente, contadas con una voz áspera y una escritura casi cinematográfica.
En sus inicios se hacían llamar Tragic Love Company (un nombre que mezclaba a tres de sus héroes: Tragically Hip, Mother Love Bone y Bad Company), pero pronto lo cambiaron por Stereophonics, rescatado de una vieja gramola de la abuela de Kelly. Esa mezcla de raíz sentimental y sonoridad contundente les sentó como un guante, era rock con acento local, pero proyectado a una escala más grande.
La primera gran pieza del rompecabezas llegó cuando firmaron con V2, el sello de Richard Branson recién nacido en los 90. Allí lanzaron Word Gets Around (1997), un debut que olía a pueblo, a bares y a anécdotas mínimas que, gracias a la voz cascada de Kelly, adquirían épica. Temas como “Local Boy in the Photograph” o “A Thousand Trees” captaban la vida de la clase trabajadora galesa sin adornos, como un diario hecho canción.
Los miembros iniciales fueron los tres fundadores, pero la historia interna de Stereophonics no se quedó quieta. Stuart Cable, carismático y parlanchín, fue despedido en 2003 en una ruptura dolorosa que mezcló problemas personales y diferencias creativas. Murió en 2010, lo que dejó una huella profunda en la banda y en Kelly, que había compartido literalmente toda su vida musical con él. Tras su salida, el grupo tuvo varios baterías (Javier Weyler durante casi una década, y luego Jamie Morrison desde 2012) y expandió la formación con Adam Zindani a la guitarra rítmica y Tony Kirkham como teclista en giras.
Lo que distingue a Stereophonics de otros compañeros británicos de generación es la persistencia. Mientras muchos grupos de la hornada post-britpop se apagaron o quedaron congelados en los 90, ellos siguieron sacando discos sin pausa: del rugoso Performance and Cocktails (1999) al giro más melódico de Just Enough Education to Perform (2001), pasando por etapas de experimentación más sombrías (You Gotta Go There to Come Back, 2003) y revitalización (Keep the Village Alive, 2015). Siempre con Kelly al timón, escribiendo como si no pudiera hacer otra cosa.
Su sonido, aunque anclado en el rock clásico de guitarras, ha sabido mutar, de la crudeza inicial a baladas de estadio como “Dakota” (su único número uno en Reino Unido y probablemente el himno que mejor les resume: melódico, directo y nostálgico a la vez).
Hoy, con más de dos décadas de carrera, Stereophonics funcionan como una rara avis, una banda nacida de un pueblito galés que sobrevivió a las modas, a los vaivenes de la industria y a las tragedias personales, sosteniéndose en la voz grave y reconocible de Kelly Jones y en un catálogo que ya forma parte del ADN del rock británico moderno.
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