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The Libertines nacieron del caos y la poesía, de la amistad y la autodestrucción. Formados en Londres en 1997 por Carl Barât y Pete Doherty, dos jóvenes con alma de trovadores punk, la banda surgió como un acto de fe en la belleza del desorden. Desde el principio fueron un fenómeno extraño, demasiado literarios para ser simples rockeros, demasiado peligrosos para ser simples poetas.
Completados por John Hassall al bajo y Gary Powell a la batería, The Libertines emergieron a principios de los 2000 como la cara más visceral de la nueva ola británica. En una escena aún marcada por el eco del britpop, ellos ofrecían algo más sucio, más urgente y más romántico, canciones que parecían escritas en servilletas manchadas de cerveza, sobre amores perdidos, noches interminables y la oscura euforia de ser joven en Londres. Su debut Up the Bracket (2002), producido por Mick Jones de The Clash, fue un manifiesto de anarquía melódica, un torbellino de guitarras cruzadas, letras crípticas y un espíritu que oscilaba entre la camaradería y la autodestrucción.
Pero la gloria de los Libertines siempre fue inseparable de su ruina. Las tensiones entre Barât y Doherty, dos mitades de una misma mente en constante colisión, se intensificaron con las adicciones, las detenciones y la prensa convertida en su sombra. Cuando lanzaron su segundo disco, The Libertines (2004), la banda ya era un campo de batalla emocional. El álbum, sin embargo, es una de las obras más honestas y desgarradoras del rock británico moderno, una despedida disfrazada de confesión. Poco después, el grupo se disolvió y Doherty fundó Babyshambles, mientras Barât emprendía su propio camino con Dirty Pretty Things.
Aun así, el mito nunca murió. La amistad, tan destructiva como sagrada, acabó renaciendo una década más tarde. En 2015, The Libertines regresaron con Anthems for Doomed Youth, un álbum más sobrio y reflexivo, pero con la misma llama en el centro: la fe en la redención a través de la música. Y en 2024, tras años de silencio intermitente, sorprendieron con All Quiet on the Eastern Esplanade, una colección de canciones que suena como el eco maduro de una juventud perdida pero no olvidada.
Hoy, The Libertines son más que una banda, son un símbolo de lo que ocurre cuando la pasión artística se vuelve demasiado real para soportarla. Su legado no se mide solo en discos, sino en la intensidad con la que vivieron cada verso. En un panorama musical que a menudo teme el riesgo, ellos siguen siendo la prueba de que el caos, cuando se convierte en canción, puede ser la forma más pura de verdad.
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