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K es el álbum debut de la banda publicado el 16 de septiembre de 1996 bajo el sello Columbia Records.
John Leckie fue el productor principal (un nombre de peso: había trabajado con Radiohead en The Bends y antes con Stone Roses, además de su largo historial en los setenta con Pink Floyd y Magazine). Su elección fue clave, porque supo dotar a la banda de un sonido expansivo, psicodélico y potente, sin perder la inmediatez que exigía la fiebre britpop del momento.
La grabación se llevó a cabo en varios estudios londinenses, entre ellos el legendario Sawmills Studio en Cornwall y Air Studios, lugares cargados de historia. Allí Kula Shaker construyó un universo propio: guitarras con reverberaciones sixties, órgano Hammond omnipresente, percusiones hipnóticas y, sobre todo, la mezcla insólita de riffs de rock con mantras en sánscrito y timbres que evocaban ragas indias.
El sonido de K es una anomalía gloriosa. A medio camino entre el misticismo de George Harrison, la psicodelia de los sesenta y la pegada del rock noventero, el disco explora un estilo que se bautizó a veces como “raga rock” o “psychedelic britpop”. Donde otras bandas de la época hablaban de suburbios grises o fiestas etílicas ellos invocaban dioses hindúes y buscaban la trascendencia en melodías circulares.
Entre las canciones destacadas brilla “Tattva”, con su estribillo repetitivo en sánscrito que se convirtió en un himno inesperado, o “Govinda”, directamente cantada en ese idioma y con un arreglo de sitar que parecía imposible escuchar en el Top 10 británico de 1996. También está su versión de “Hush”, que recuperó para toda una generación un clásico que Deep Purple había hecho famoso en los sesenta, llevándolo al número 2 de las listas.
La crítica se dividió con saña. Algunos los acusaron de impostura espiritual, de jugar a lo místico para vender discos; otros los celebraron como un soplo de aire fresco en medio de la guerra de egos entre Oasis y Blur. Lo incuestionable fue la repercusión comercial, K debutó directamente en el número 1 de las listas británicas y vendió más de un millón de copias, convirtiéndose en uno de los álbumes debut más rápidos en alcanzar el platino en los noventa. En Estados Unidos no tuvieron el mismo impacto, pero en Japón lograron una base de fans duradera que los sigue acompañando.
En su carrera, K fue un hito irrepetible. Les dio una identidad inmediata y, al mismo tiempo, los condenó a cargar con la etiqueta de “la banda psicodélica hindú” para siempre. Hoy se recuerda como una rareza fascinante, un disco que desbordó los márgenes del britpop y conectó con una tradición musical mucho más amplia.
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